Ahora que hemos venido a entender
que los domingos
no son otra cosa que la nostalgia de los sábados.
Mañanas de luz festiva y tardes grises,
donde dos manos se aprietan sin fuerza en unos cines.
Tienen la tristeza de la mirada del culpable los domingos por la tarde.
Se parecen demasiado a las renuncias,
a palabras que se pronuncian con poco que decir,
sin energía que las lleve.
Poseen un cuarto propio en la cabeza del poeta,
los aprovecha y los odia,
como su desasosiego
paralizante e inspirador.
Quizás el domingo un paseo por el centro.
Quizás un buen libro en el Retiro o la promesa de una semana mejor.
Pero toda vuelta a casa,
vuelve a convertirlo en un epílogo
en un tétrico desfile de fantasmas.
No hay manera.
Hay que aceptarlo.
Es imposible salvar los domingos de la literatura.
1921 Recuerdos
Aquí compartiré pedazos de vida de otras personas, que hicieron de mi lo que soy. http://tachialemonche.blogspot.com.es/
jueves, 23 de octubre de 2014
domingo, 31 de agosto de 2014
sábado, 23 de agosto de 2014
Fahrenheit 451
No se puede construir una casa sin clavos en la madera. Si no quieres que un hombre se sienta políticamente desgraciado, no le enseñes dos aspectos de una misma cuestión, para preocuparle; enséñale sólo uno. o, mejor aún, no le des ninguno. Haz que olvide que existe una cosa llamada guerra. Si el Gobierno es poco eficiente, excesivamente intelectual o aficionado a aumentar los impuestos, mejor es que sea todo eso que no que la gente se preocupe por ello.
Tranquilidad, Montag. Dale a la gente concursos que puedan ganar recordando la letra de las canciones más populares, o los nombres de las capitales de Estado, o cuánto maíz produjo lowa el año pasado.
Atibórralos de datos no combustibles, lánzales encima tantos «hechos» que se sientan abrumados, pero totalmente al día en cuanto a información. Entonces, tendrán la sensación de que piensan, tendrán la impresión de que se mueven sin moverse.
Y serán felices, porque los hechos de esta naturaleza no cambian. No les des ninguna materia delicada como Filosofía o Sociología para que empiecen a atar cabos. Por ese camino se encuentra la melancolía. Cualquier hombre que pueda desmontar un mural de televisión y volver a armarlo luego, y, en la actualidad, la mayoría de los hombres pueden hacerlo, es más feliz que cualquier otro que trata de medir, calibrar y sopesar el Universo, que no puede ser medido ni sopesado sin que un hombre se sienta bestial y solitario. Lo sé, lo he intentado ¡Al diablo con
ello!
ello!
Así, pues, adelante con los clubs las fiestas, los acróbatas y los prestidigitadores, los coches a reacción, las bicicletas helicópteros, el sexo y las 62 drogas, más de todo lo que esté relacionado con reflejos automáticos. Si el drama es malo, si la película no dice nada, si la comedia carece de sentido, dame una inyección de teramina. Me parecerá que reacciono con la obra, cuando sólo se trata de una reacción táctil a las vibraciones. Pero no me importa. Prefiero un entretenimiento completo
lunes, 28 de julio de 2014
Fragmentos de Un Mundo Feliz - Aldous Huxley
Madre, monogamia, romanticismo... La fuente brota muy alta; el chorro surge con
furia, espumante. La necesidad tiene una sola salida. Amor mío, hijo mío. No es extraño
que aquellos pobres premodernos estuviesen locos y fuesen desdichados y miserables.
Su mundo no les permitía tomar las cosas con calma, no les permitía ser juiciosos,
virtuosos, felices. Con madres y amantes, con prohibiciones para cuya obediencia no
habían sido condicionados, con las tentaciones y los remordimientos solitarios, con
todas las enfermedades y el dolor eternamente aislante, no es de extrañar que sintieran
intensamente las cosas y sintiéndolas así (y, peor aún, en soledad, en un aislamiento
individual sin esperanzas), ¿cómo podían ser estables?
—Claro que lo es. La felicidad real siempre aparece escuálida por comparación con las
compensaciones que ofrece la desdicha. Y, naturalmente, la estabilidad no es, ni con
mucho, tan espectacular como la inestabilidad. Y estar satisfecho de todo no posee el
hechizo de una buena lucha contra la desventura, ni el pintoresquismo del combate
contra la tentación o contra una pasión fatal o una duda. La felicidad nunca tiene
grandeza.
Sólo podéis ser independientes de Dios mientras
conservéis la juventud y la prosperidad; la independencia no os llevará a salvo hasta
el final. Bien, el caso es que actualmente podemos conservar y conservarnos la
juventud y la prosperidad hasta el final. ¿Qué se sigue de ello? Evidentemente, que
podemos ser independientes de Dios. El sentimiento religioso nos compensa de todas
las demás pérdidas. Pero es que nosotros no sufrimos pérdida alguna que debamos
compensar; por tanto, el sentimiento religioso resulta superfluo. ¿Por qué deberíamos
correr en busca de un sucedáneo para los deseos juveniles, si los deseos juveniles
nunca cejan? ¿Para qué un sucedáneo para las diversiones, si seguimos gozando de las
viejas tonterías hasta el último momento? ¿Qué necesidad tenemos de reposo cuando
nuestras mentes y nuestros cuerpos siguen deleitándose en la actividad? ¿Qué
consuelo necesitamos, puesto que tenemos soma? ¿Para qué buscar algo inamovible,
si ya tenemos el orden social?
—Entonces, ¿usted cree que Dios no existe? —preguntó el Salvaje.
—No, yo creo que probablemente existe un dios.
—Entonces, ¿por qué ... ?
Mustafá Mond le interrumpió.
—Pero un dios que se manifiesta de manera diferente a hombres diferentes. En los
tiempos premodernos se manifestó como el ser descrito en estos libros. Actualmente...
—¿Cómo se manifiesta actualmente? —preguntó el Salvaje.
—Bueno, se manifiesta como una ausencia; como si no existiera en absoluto.
—Esto es culpa de ustedes.
—Llámelo culpa de la civilización. Dios no es compatible con el maquinismo, la medicina
científica y la felicidad universal. Es preciso elegir. Nuestra civilización ha elegido el
maquinismo, la medicina y la felicidad.
—Es que a mí me gustan los inconvenientes.
—A nosotros, no —dijo el Interventor—. Preferimos hacer las cosas con comodidad.
—Pues yo no quiero comodidad. Yo quiero a Dios, quiero poesía, quiero peligro real,
quiero libertad, quiero bondad, quiero pecado.
—En suma —dijo Mustafá Mond—, usted reclama el derecho a ser desgraciado.
furia, espumante. La necesidad tiene una sola salida. Amor mío, hijo mío. No es extraño
que aquellos pobres premodernos estuviesen locos y fuesen desdichados y miserables.
Su mundo no les permitía tomar las cosas con calma, no les permitía ser juiciosos,
virtuosos, felices. Con madres y amantes, con prohibiciones para cuya obediencia no
habían sido condicionados, con las tentaciones y los remordimientos solitarios, con
todas las enfermedades y el dolor eternamente aislante, no es de extrañar que sintieran
intensamente las cosas y sintiéndolas así (y, peor aún, en soledad, en un aislamiento
individual sin esperanzas), ¿cómo podían ser estables?
—Claro que lo es. La felicidad real siempre aparece escuálida por comparación con las
compensaciones que ofrece la desdicha. Y, naturalmente, la estabilidad no es, ni con
mucho, tan espectacular como la inestabilidad. Y estar satisfecho de todo no posee el
hechizo de una buena lucha contra la desventura, ni el pintoresquismo del combate
contra la tentación o contra una pasión fatal o una duda. La felicidad nunca tiene
grandeza.
Sólo podéis ser independientes de Dios mientras
conservéis la juventud y la prosperidad; la independencia no os llevará a salvo hasta
el final. Bien, el caso es que actualmente podemos conservar y conservarnos la
juventud y la prosperidad hasta el final. ¿Qué se sigue de ello? Evidentemente, que
podemos ser independientes de Dios. El sentimiento religioso nos compensa de todas
las demás pérdidas. Pero es que nosotros no sufrimos pérdida alguna que debamos
compensar; por tanto, el sentimiento religioso resulta superfluo. ¿Por qué deberíamos
correr en busca de un sucedáneo para los deseos juveniles, si los deseos juveniles
nunca cejan? ¿Para qué un sucedáneo para las diversiones, si seguimos gozando de las
viejas tonterías hasta el último momento? ¿Qué necesidad tenemos de reposo cuando
nuestras mentes y nuestros cuerpos siguen deleitándose en la actividad? ¿Qué
consuelo necesitamos, puesto que tenemos soma? ¿Para qué buscar algo inamovible,
si ya tenemos el orden social?
—Entonces, ¿usted cree que Dios no existe? —preguntó el Salvaje.
—No, yo creo que probablemente existe un dios.
—Entonces, ¿por qué ... ?
Mustafá Mond le interrumpió.
—Pero un dios que se manifiesta de manera diferente a hombres diferentes. En los
tiempos premodernos se manifestó como el ser descrito en estos libros. Actualmente...
—¿Cómo se manifiesta actualmente? —preguntó el Salvaje.
—Bueno, se manifiesta como una ausencia; como si no existiera en absoluto.
—Esto es culpa de ustedes.
—Llámelo culpa de la civilización. Dios no es compatible con el maquinismo, la medicina
científica y la felicidad universal. Es preciso elegir. Nuestra civilización ha elegido el
maquinismo, la medicina y la felicidad.
—Es que a mí me gustan los inconvenientes.
—A nosotros, no —dijo el Interventor—. Preferimos hacer las cosas con comodidad.
—Pues yo no quiero comodidad. Yo quiero a Dios, quiero poesía, quiero peligro real,
quiero libertad, quiero bondad, quiero pecado.
—En suma —dijo Mustafá Mond—, usted reclama el derecho a ser desgraciado.
miércoles, 21 de mayo de 2014
No existe el tiempo - Paco Peña
El regalo más emocionante y el más bonito que me podían haber hecho es sin duda unos versos de aquel que me introdujo en la poesía.
viernes, 2 de mayo de 2014
Maleta Rota - Ignacio Martín Lerma
Es hermoso saberme
entre tu nombre,
y por eso ahora duelen y sangran mis labios.
Es amargo pronunciar lo que termina en nada…
Vuelvo a verte,
y sé que es posible que ya encierres en otro nombre
tu presencia,
tus miradas,
la dorada humedad de tu cabello,
la dorada humedad de tu cabello,
tus manos frías.
Ahora es de noche
y tu adiós me devuelve la certeza de que ya no eres cierta…
¿Es verdad que tu boca irá deshabitándose?
No puedo imaginar que alguien te llame,
allí por ese reino donde ahora enmudeces,
mordiéndote los labios como lo hacía yo entonces.
Aunque sea triste, quizá eso sea vivir:
ir olvidando.
Ver que mis palabras están llamando a nadie,
saber que una sombra súbita
agrieta la más cierta esperanza.
Poder tener la vida
entera
para tener tantas y
tantas cosas
y en cambio poseer
el tiempo justo
para meterlo todo
en una maleta rota:
Los viajes,
los
paseos,
los libros,
los ratos de
silencio,
las caricias,
las huidas,
las trampas
peligrosas donde caíamos a veces,
las palabras que al
final, terminaban rescatándonos,
el primer día,
los
planes para volver a vernos,
una imagen de ti
con el pelo mojado saliendo de la ducha,
el tacto de tu piel
todavía en mis dedos,
las ganas de reír
en plena madrugada,
mis camisas,
toda la música que
escuchamos,
lo que estuve a punto de decirte,
lo que
desgraciadamente,
al final,
callé.
Todo eso acabó.
Aprieto tu adiós en
mi mano
y tu nombre se
estrella contra la esquina del tiempo.
Sin embargo, he de
seguir así,
diciendo cosas
tuyas a la noche,
abrazado a la
orilla del recuerdo, llevándote en mis sienes,
buscando tu
presencia en cada paso.
Ahora, sólo te pido
un favor:
no dejes que
termine de leer este poema,
quítame este folio
de las manos,
rómpelo,
y dime que nuestro
adiós
fue tan solo
una gran mentira.
Pero si no es así,
escóndeme tu carne
para que nunca
nunca
logre encontrarla.
miércoles, 26 de marzo de 2014
Humo blanco - Suso Sudón
Se tornan humo las nubes
que encapotaban los sueños.
Humo blanco.
Me deslizo süave sobre el tedio,
mato las horas
pero me quedo con unos cuantos minutos
como prisioneros de guerra.
Una sonrisa nace rápido
desde el centro de mi centro
pero aún mis
músculos faciales
solo rinden a
un 20%.
Cojo carrerilla,
desperezo los dedos,
abro las puertas
hacia afuera y
aunque chirríen los goznes,
respiro armónicos de musa.
Aún tengo esperanza.
Sólo quiero deslizar el boli sin pensar,
sin estructura y
que vuelen las palomas de tinta de los campanarios en que me
dejé los huevos.
Trazas de rabia
pueden encontrarse a veces
trituradas entre las
más bellas palabras.
Aún tengo motivos.
Tenemos más de cien mentiras que valen la pena.
Y de doscientas. Sí.
Los trenes, la risa, los bares….
pero esta salvajada de amanecer,
este chispazo de supernova,
esta catarsis de levadura
no viene de la mente.
Aún tengo motivos.
Subrayo el horizonte todas las mañanas para recordarlo.
Pero ahora
no sólo lo recuerdo, lo siento.
Lo siento.
A veces las palabras,
maltratadas,
pierden su auténtico
significado.
Quiero desatascar las tuberías de las entrañas
sacar las garras
y
rasgar las velas de la barca
para navegar a la deriva
en un océano
que
nunca me dejó varado en oscuras orillas
y divisar a lo lejos
aquellas islas que dibujé de niño.
Se tornan gelatina los muros
que me separan de los sueños.
Ya los huelo. Tengo motivos.
Tengo misiones que cumplir.
Tengo constelaciones en el vientre
chocando entre sí constantemente
y polvo de
estrellas en el brillo de los ojos.
Ahora varias lágrimas,
nacidas del mismo seno que mi sonrisa,
pugnan por brotar
pero aún es pronto para inundar mi
cara.
Relamo la victoria,
pero aún he de apretar los puños.
Derramé ya demasiada sangre.
Ahora mis versos
están empapados de rayos de vida y verdad
y tengo ganas de gritar,
bajar al parque
y delirar,
rodar, saltar
sentirme lejos de todo
hablarme a mí,
sentarme cerca de todo,
tocarme, alarme, alcanzarme, sincronizarme con el cromatismo
del viento
y morir cantando
abrazado a cualquier árbol.
Se tornan humo las nubes.
Humo blanco.
Los poemas
a veces
también pueden ser
alegres.
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