miércoles, 31 de julio de 2013

Poema Incompleto - Diego Ojeda

Si la música tiene memoria, no olvidará nunca tu nombre.


Siempre guardabas entre tus provisiones las heridas necesarias,
viviendo la vida a medias,
sintiendo que el mundo pasaba de largo

 y no esperaba por ti.


Te rompieron las alas y no rompiste el vuelo,
te bebiste la sed y montaste un desierto,
olvidaste la dirección de su boca,
encontraste tu futuro descansando en otra cama

y lo invitaste a bailar al compás de delicados pizzicatos.


Escucharte es mirar de frente a la soledad,
es volver a casa,
recuperar esa sonrisa que perdimos en otra vida,
lavarle la cara al alma.


Y aunque a veces lloramos como llora un violín abandonado,
como lloran dos hombres que al abrazarse sienten frío,
no tenemos motivos para no ser felices, te digo.


Somos como niños desarmando puzzles,

 inventando el mundo.


Este poema está incompleto,
pero seguiremos llenando la vida de notas comunes,
de besos sin pausa,

 de noches que lleven tu nombre.

viernes, 26 de julio de 2013

De problemas y otras taras mentales (sacado de "La copa rota")

A este miedo de no saber volar si no es contigo
no sé qué nombre ponerle,
a esta herida
ni se lo busco.

A tus vicios sigo dispuesta a acostumbrarme.


Ahora sólo me queda la distancia.

Que qué cojones tiene que estés tan lejos
y yo te sienta durmiendo a mi lado,
y tenga que echarte así de mis sábanas: como si estuvieras.
Como si hubieses existido en algún momento.
Como si a mis costillas no les faltaran tus golpes. Ven y duéleme un poco más,
te pido, una última vez,
por favor.

Espera - Gotas de Café

Después de la discusión me fui al cuarto y me senté en el sillón, tomé la taza de café fría y la bebí. Esperaba escuchar sus pasos apresurados  y que el golpe de la puerta le diera el final a nuestra historia.
Era imposible negar que silenciosamente añorábamos que nuestras vidas se dividirían de nuevo y dejarán de ser una tortura para ambos; sin embargo,  seguíamos tomándonos de la mano, esperando que el otro se atreviera a soltar primero; y así, en retribución a la humillación y al abandono,  ganarse el derecho a ser libre lo cual no podría sentir quien se llevara la culpa de abandonar un barco a la deriva.
La casa estaba en completo silencio y en penumbra,  el escenario era perfecto para escribir el final emotivo y trágico que merecíamos, pero mi corazón se negaba a marcharse, las maletas no eran suficientes para llevar la culpa junto con los sueños rotos y los recuerdos; y mi incapacidad de arrancar del corazón a quien fue su habitante por tantos años, hacia más pesada la carga.
Quería que se fuera, que su indiferencia se marchara y se quedara únicamente la soledad, pero una real, no la que había vivido a su lado durante los últimos meses. Quería mi vida sola y vacía para poder llenarla de nuevas canciones y compañías. Quería que fuera su conciencia la que se ensuciara con el rompimiento;  ser yo la heroína fracasada que se quedó hasta el final del por siempre.
Deseaba reanudar mi vida, retomar la sonrisas y bailar de nuevo; ir por el mundo sin ataduras, ni rencores, sin la carga de su frialdad y llevando conmigo la espontaneidad que nos robo la monotonía. Pero a nada de eso tenía derecho si me iba dejándolo, si era yo quien se cansaba de la falta de aire y huía de nuestra vida juntos.
Los minutos pasaron, sus pasos no se escucharon. Al fin, me levanté de la silla y caminé suave como si no quisiera dejar las huellas de esos pasos, tomé la maleta, la abrí y puse en ella no se qué cosas.
El dolor y el desespero me llenaron los ojos de lágrimas, me pregunté ¿Para qué se inician las historias y las vidas si luego van a acabar? ¿Para qué caminar hacia la puerta si después de allí no sabría qué hacer? ¿Sería suficiente sentir el sabor de la libertad de volar en cielos libres? ¿Valdría la pena dejar los sueños juntos por una vida incierta?
No supe las respuestas ni lo que guardé en la maleta. Abrí la puerta del cuarto y caminé hacia la de la casa. Él estaba sentado en el piso, esperando que yo me fuera. Di varios pasos lentos, el corazón palpitaba fuerte y a pesar de todo lo que sentía, quería que se levantara, corriera hacia mí  y me detuviera; pero no, no se paró.
El silencio se rompió por el sollozo de los dos, ambos estábamos llorando. Era el final; sin embargo, nadie dijo nada que lo pudiera evitar. Abrí la puerta, salí de la casa y antes de cerrarla le dije adiós.