lunes, 28 de julio de 2014

Fragmentos de Un Mundo Feliz - Aldous Huxley

Madre, monogamia, romanticismo... La fuente brota muy alta; el chorro surge con
furia, espumante. La necesidad tiene una sola salida. Amor mío, hijo mío. No es extraño
que aquellos pobres premodernos estuviesen locos y fuesen desdichados y miserables.
Su mundo no les permitía tomar las cosas con calma, no les permitía ser juiciosos,
virtuosos, felices. Con madres y amantes, con prohibiciones para cuya obediencia no
habían sido condicionados, con las tentaciones y los remordimientos solitarios, con
todas las enfermedades y el dolor eternamente aislante, no es de extrañar que sintieran
intensamente las cosas y sintiéndolas así (y, peor aún, en soledad, en un aislamiento
individual sin esperanzas), ¿cómo podían ser estables?

—Claro que lo es. La felicidad real siempre aparece escuálida por comparación con las
compensaciones que ofrece la desdicha. Y, naturalmente, la estabilidad no es, ni con
mucho, tan espectacular como la inestabilidad. Y estar satisfecho de todo no posee el
hechizo de una buena lucha contra la desventura, ni el pintoresquismo del combate
contra la tentación o contra una pasión fatal o una duda. La felicidad nunca tiene
grandeza.

Sólo podéis ser independientes de Dios mientras
conservéis la juventud y la prosperidad; la independencia no os llevará a salvo hasta
el final. Bien, el caso es que actualmente podemos conservar y conservarnos la
juventud y la prosperidad hasta el final. ¿Qué se sigue de ello? Evidentemente, que
podemos ser independientes de Dios. El sentimiento religioso nos compensa de todas
las demás pérdidas. Pero es que nosotros no sufrimos pérdida alguna que debamos
compensar; por tanto, el sentimiento religioso resulta superfluo. ¿Por qué deberíamos
correr en busca de un sucedáneo para los deseos juveniles, si los deseos juveniles
nunca cejan? ¿Para qué un sucedáneo para las diversiones, si seguimos gozando de las
viejas tonterías hasta el último momento? ¿Qué necesidad tenemos de reposo cuando
nuestras mentes y nuestros cuerpos siguen deleitándose en la actividad? ¿Qué
consuelo necesitamos, puesto que tenemos soma? ¿Para qué buscar algo inamovible,
si ya tenemos el orden social?
—Entonces, ¿usted cree que Dios no existe? —preguntó el Salvaje.
—No, yo creo que probablemente existe un dios.
—Entonces, ¿por qué ... ?
Mustafá Mond le interrumpió.
—Pero un dios que se manifiesta de manera diferente a hombres diferentes. En los
tiempos premodernos se manifestó como el ser descrito en estos libros. Actualmente...
—¿Cómo se manifiesta actualmente? —preguntó el Salvaje.
—Bueno, se manifiesta como una ausencia; como si no existiera en absoluto.
—Esto es culpa de ustedes.
—Llámelo culpa de la civilización. Dios no es compatible con el maquinismo, la medicina
científica y la felicidad universal. Es preciso elegir. Nuestra civilización ha elegido el
maquinismo, la medicina y la felicidad.


—Es que a mí me gustan los inconvenientes.
—A nosotros, no —dijo el Interventor—. Preferimos hacer las cosas con comodidad.
—Pues yo no quiero comodidad. Yo quiero a Dios, quiero poesía, quiero peligro real,
quiero libertad, quiero bondad, quiero pecado.
—En suma —dijo Mustafá Mond—, usted reclama el derecho a ser desgraciado.