o en tus pestañas, rejas tiernas para esos ojos;
o en el riesgo de tu cuello;
y, por su puesto, en el precipicio de tu escote que dispara las ventas de biodramina.
No voy a engañarte:
soy un cabrón cualquiera que admira todo eso, y no renuncia a llegar a verlo
más de cerca.
Pero si me toca elegir, me quedo con tu sonrisa de verdad, que muerde el dolor cuando lo besa.
Pero si me toca elegir, me quedo con tu sonrisa de verdad, que muerde el dolor cuando lo besa.
Tu voluntad de no calzarte los tacones del rencor.
Tu renuncia a las armaduras
inoxidables
y esa jodida paz contagiosa y bienhechora que uno siente cuando
andas cerca, y bebes, como si fueran de otra, los sorbos de tu pena.
Me quedo con eso, a la espera de la noche en que comprendas que tu película no hizo más que empezar, falta rodar las mejores escenas, y estás herida pero entera.
Me quedo con eso, y, si pudiera, también con el escote y todo lo demás.
Pero eso, eso, por favor, eso, no lo pierdas.
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